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Matilde: la vida, los hijos y el tiempo.

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Infancia y raíces.


Matilde G. nació a principios de los años 30 en el corazón histórico de Valencia. Creció en una casa con historia, con un portal de mármol blanco, un pozo en el patio y una escalera imperial que aún recuerda con emoción. Su infancia transcurrió entre carencias materiales y afectos profundos. “No teníamos nada, pero lo poco que llegaba se compartía. Lo importante era estar juntos”, decía. El chocolate no era tal, sino algarroba, y los zapatos heredados eran un tesoro. Las tardes olían a jabón de las vecinas que lavaban en los patios. Los vestidos venían de su prima Consuelo y la ropa no era motivo de vergüenza, sino de continuidad familiar.



Madre como centro emocional.


El gran pilar de su vida fue su madre. Una mujer sin estudios formales, pero que recitaba de memoria a Campoamor y a Gabriel y Galán. “Mi madre me enseñó a sonreír. Siempre sonreía. Nunca perdió la alegría, ni siquiera con un hijo con parálisis cerebral”. Matilde recuerda cómo desde pequeña le pidió su madre que cuidara a su hermano enfermo. Lo hizo con amor, sin drama, y sin esperar reconocimiento. Para ella, su madre fue su primera y más profunda escuela emocional y de valores.


El amor en tiempos de escasez.


Matilde se enamoró de Fernando en una reunión universitaria. Al día siguiente él ya estaba esperándola en la salida de clase con un libro en la mano. Nunca se separaron. Formaron una familia de cinco hijos. “El amor de antes no era rápido ni calculado. Era entrega. Era confiar en que si te querías, lo demás se resolvería”. Contrasta esto con lo que observa en sus nietas: muchas viven con sus parejas, pero no se casan. “Todo se racionaliza tanto que se pierde lo más importante: la locura del amor”. Aun así, lo dice con ternura, no con juicio. La libertad le parece bien, pero echa en falta profundidad.


La familia como herencia emocional.


“Mis hijos son lo mejor que he hecho en mi vida. Eso lo tengo claro”. A sus 94 años, Matilde vive sola, pero se siente acompañada en el alma por ellos. Todos viven lejos —en diferentes países de Europa y España— pero la llaman cada noche. “A veces me siento sola, claro. Pero estoy tranquila. Lo he asumido. Lo entiendo”. Aunque no lo dice con resentimiento, hay una nostalgia suave cuando recuerda que antes los mayores vivían con los hijos. “Ahora vamos a comer el domingo. Pero ya no somos parte del centro. Somos visitas”.


Valores de otra época.


Matilde habla con claridad de lo que se ha perdido: el respeto, la educación, la confianza. “Antes la palabra dada era un contrato. Ahora todo se firma y aún así se rompe”. Cree que hoy los niños tienen demasiado y valoran poco. “Nosotras heredábamos ropa, compartíamos todo, y sabíamos cuándo algo era un regalo. Hoy piden, pero no agradecen”. Sobre la educación, opina que “los padres dan demasiado sin pedir nada a cambio. Y los hijos no son más felices, solo más exigentes”.


Soledad y sabiduría.


La viudez cambió su mundo. “Una etapa completamente distinta. Ya no hay “nosotros”. Hay yo”. Se refugia en la memoria, en las flores que cuida con devoción, y en sus nietas, especialmente las mujeres, con quienes siente más sensibilidad y profundidad emocional. “Los hombres son más prácticos. Las mujeres vamos más al alma”. Matilde valora ahora las amistades con mujeres: “Se puede hablar de todo, sin miedo, sin máscaras. Eso es oro”.


Espiritualidad y sentido del tiempo.


Estudió Filosofía y Letras, y también Magisterio. “Antes eso se llamaba Humanidades. Y de eso se trataba: de comprender al ser humano”. La religión fue importante en su vida, aunque dice que no era fanática. “Había un respeto sagrado por ciertas cosas. Hoy la gente presume de no creer en nada, y eso a veces los deja vacíos”. Para ella, tener una vida buena es haber amado, haber sido útil, haber criado. “No he hecho nada extraordinario, pero mis hijos son extraordinarios. Ese es mi premio”.


Mirada al futuro.


Matilde no reniega del presente, pero alerta sobre lo que no deberíamos perder: “El amor, la familia, la amistad. Eso vale más que todo lo demás. Y es lo que menos se enseña hoy”. Si pudiera dejar un mensaje a quienes aún no han nacido, diría: “Ni el dinero, ni el poder, ni la tecnología. Lo más importante es tener a alguien que te quiera de verdad. Alguien a quien llamar cuando no estás bien. Eso es lo que da paz”.


Serie: Nonagenarios.

3 comentarios

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Daisy
Daisy
04 ago
Obtuvo 5 de 5 estrellas.

Me ha encantado el artículo!

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Invitado
03 ago
Obtuvo 5 de 5 estrellas.

Es un texto de gran profundidad dentro de un estilo sencillo, directo y cercano. Es la sabiduría de una vida plena y longeva. Gracias!!

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Emilia
02 ago
Obtuvo 5 de 5 estrellas.

Oooleee Matilde, me ha emocionado mucho leer su Entrevista, Cuánta razón tiene!!! Gracias Matilde!!! ❤🌟👏

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