LAS HIJAS DE MERCEDITAS.
- carmen fernandez de cordoba
- 15 ago
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Este es el relato del equilibrio natural que existe entre Toñi y Reme, dos hermanas de Elda que repasan una infancia marcada por los rigores de la posguerra.
En su memoria , Elda no es solo un lugar. Es el barrio donde todos sabían el nombre de todos, la casa del almacenaje infinito, las cenas con vecinos que iban apareciendo y el encierro eterno de Toñi por unas fiebres tifoideas. Ahí creció la historia de estas hermanas, que empezó con una mujer llamada Merceditas, su madre.
Merceditas no era de caricias ni de palabras dulces. La vida le había enseñado que el afecto se demostraba de otra manera: con un plato caliente en la mesa, y almacenando cualquier cosa que sirviera para su mayor propósito: que a los suyos nunca les faltara de nada e hizo de su firmeza un acto de dignidad. “No fue la madre que abraza, era la madre que sostenía”. Recuerda Toñi.
Merceditas, nació en 1915 y para cuando se inició la guerra había cumplido ya los 21 y llevaba 7 años ayudando a su padre para sacar adelante su almacen de curtidos. Creció y se desenvolvió en un mundo de hombres armada con una firme determinación y una personalidad innata para el arte del intercambio. Reme recuerda “"… la guerra siempre estaba presente en las conversaciones. Mi madre contaba mucho lo que tuvo que hacer mientras mi padre estaba en el frente, en Benidorm. Embarazada y todo, se subía a un gran camión con suelas para zapatos y las cambiaba por comida. Fue muy luchadora, pasó mucho y peleó para que no nos faltara nada...pero el amor, la ternura y la comunicación era con mi padre”
Las hermanas aprendieron pronto que ayudar no era un gesto extraordinario, sino un hábito cotidiano. A fuerza de ejemplo, les enseñó que el valor de la vida no está en lo que se guarda, sino en lo que se comparte.
“Era una época de mucha necesidad y hambre y todo el que llegaba hasta la puerta de mi casa, comía. En ese entonces se estilaba ir a pedir ayuda.. no recuerdo que haya venido nadie a casa y que se haya ido con las manos vacías”..
Con los años, cada una siguió su camino, pero la voz de Merceditas permaneció como un eco constante. “Lo que tienes, compártelo; lo que sabes, enséñalo; lo que puedas, hazlo”.
No eran frases dichas como consejo, sino órdenes silenciosas transmitidas en cada gesto.
Hoy, cuando miran atrás, no recuerdan tanto la dureza como la claridad.
Merceditas no les dio la infancia más tierna, pero sí les dejó una brújula que nunca las desorientó. Gracias a ella, entienden que la ayuda mutua es una herencia tan valiosa como cualquier patrimonio, y que en los tiempos difíciles, lo poco que se da puede significar todo para quien lo recibe.
Reme recuerda “Cuando yo me casé en los años 70, la guerra ya había terminado en el año 39 y mi madre me regalo una maleta llena de pastillas de jabón y me dijo “ si tienes jabón nunca pasarás hambre!. Esta forma de ver la vida se le quedó marcada para siempre".
La historia de Merceditas y sus hijas es también la de una generación entera que aprendió a sostenerse sin lujos, a sobrevivir sin perder el sentido de comunidad. En un mundo que hoy corre más deprisa y mira más hacia adentro que hacia el otro, escuchar estas voces es un recordatorio de que el tejido social se fortalece con gestos sencillos y constantes. Puede que las formas de vida hayan cambiado, pero el valor de compartir en tiempos de escasez sigue siendo una lección urgente para cualquier época.
Reconozco perfectamente al niño antiguo, tan bien reflejado en esta historia y celebro su inteligencia generosa al analizar la vida con amabilidad exquisita.
Estupendo relato historico que deberian leer todos los jovenes.
En los momentos duros nadie se pregunta por el sentido de la vida. Sobrevivir es la única tarea y hacerlo con elegancia es darle sentido. Es un relato muy bonito y lleno de sabiduría.