La Victoria de la Sencillez.
- carmen fernandez de cordoba
- 9 sept
- 2 Min. de lectura

Estrella G. estaba cerca de los noventa y en su manera de hablar seguía latiendo la esencia de Castilla: austera, directa, práctica, leal y sincera. No necesitaba adornos, porque en su sobriedad se encontraba toda la fuerza de una vida escogida con verdad.
Había crecido en Segovia, entre el olor del pan que horneaba su abuela, el sonido de los cencerros al atardecer y el murmullo de las conversaciones de los mayores, siempre impregnadas de un miedo discreto, herencia de una guerra que había dividido a sus propios vecinos y que se respiraba en las voces bajas y en la prudencia de gestos y acciones.
Su padre, aliado y eterno viajero, sembró en sus hijos la curiosidad que estaba más allá del horizonte del campo segoviano. Los animó a estudiar, a soñar y a ampliar la mirada. Fue en el instituto donde descubrió el arte y, sobre todo, los libros: la biblioteca de Segovia se convirtió en su refugio y en su escuela más definitiva. Después llegó Madrid y la universidad, donde estudió Económicas. Allí conoció la fuerza de la amistad, la libertad de los paseos compartidos, la inspiración de profesores como José Luis Sampedro y, también, a un sevillano que terminaría siendo su marido “de toda la vida”.
Ajena a su propio talento, podría haber abierto muchas puertas, porque sabía —gracias a los libros— que el mundo era ancho y lleno de posibilidades. Pero eligió otra senda: su familia.
La maternidad llegó pronto, y con ella la certeza de que no deseaba mejor empresa para armar que educar y sostener a cuatro hijos en tiempos en que la vida aún se medía en sacrificios. Nunca se lo planteó como una renuncia sino como un curso natural marcado por su propia experiencia familiar y esa misma coherencia la vivió con paz y sin estridencias.
En ella no hay rastro de resentimiento ni nostalgia por lo que pudo ser. Mira a hijos y nietos con la humildad de quien no se siente superior ni cree haber vivido en una época mejor. Sabe que cada tiempo tiene sus retos y sus oportunidades, y que lo esencial no cambia: la lealtad, la sinceridad y el valor de sostener una familia.
Hoy, a la pregunta de cómo quiere ser recordada, responde sin grandilocuencia: “con cariño”.
Esa es, quizá, la mayor victoria de una vida entera: haber sembrado afecto, haber mantenido la palabra dada y haber demostrado, con la sobriedad castellana que siempre la acompañó, que la grandeza se esconde en la sencillez del día a día.
CFC



Muy bello relato