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EL BRILLO DE UN NUDO CORREDIZO CAPÍTULO 1

Foto del escritor: ArmentaArmenta

¿Qué pasarı́a si te dijera que no? Todos los dı́as me lo pregunto, sobre todo hasta que encontramos un sitio donde pasar la noche. Son unos minutos de arrepentimiento que me acompañan hasta que suelto el petate con las cosas que llevo a cuestas, que cada vez son menos porque ya tengo la columna baldada.

En ese espacio de tiempo, entre que coloco mis posaderas en un lugar mullido y dejo que mi espalda se ponga en horizontal, juro y perjuro que mañana, en cuanto salga el sol, antes de que tus labios se acerquen a los mı́os, te voy a decir que no sigo, que hasta aquı́ hemos llegado, que ya hemos ido demasiado lejos. Que ya no puedo más de vagar por el mundo, que no quiero más albergues, ni más estaciones vacı́as, ni más lavabos públicos. Son solo unos instantes de rebeldı́a porque mi sueño juega a tu favor, y caigo rendida en sus manos. Y tú , tú te aprovechas. Coges mi debilidad al vuelo y como un malabarista de semáforo en rojo me cuentas un cuento, el mismo desde que te conozco, ese con el que me quedé colgada de tus palabras en aquel bar donde, por primera vez, te lo oı́ contar.

-   ¿Te apuntas esta noche a ver a un cuentacuentos?, es en las Vistillas, en un bar. No me acuerdo del nombre, pero no tiene pérdida – me dijo Mercedes, mi compañera de piso y de clase en la facultad.

-  ¿Un cuentacuentos?

-  Sı́, ¿no has visto a ninguno?

-   No, es la primera vez que asocio esos tres conceptos: cuentos, adultos, bar.

Pero ¿por qué́ no? -.

Y como siempre en mi vida dije que sı́. El bar era agradable, un lugar coquetón, de los que sin grandes pretensiones te abrazan, te invitan una y otra vez a tomar la penúltima. Alguna que otra butaca de cuero viejo desperdigada por el local, de esas en las que se te hunden hasta los recuerdos; las mesas de mármol sujetas a una vieja Singer, que siempre me devolvı́a a la infancia y a la imagen de mi abuela encorvada sobre la tela, dale que te pego al pedal de hierro, como Buster Keaton en El Maquinista de la General. El mostrador de madera oscura, redondeado en los bordes dibujaba una curva a los lados para arropar, como una mujer oronda, a los amantes de la barra fija.

En cuanto entramos, sentı́ las paredes color terracota como una manta calentita sobre los hombros. La noche estaba frı́a. Era una de esas de finales de enero en las que se pueden contar las estrellas y se amasan las bocanadas de vaho y el estómago clama por un carajillo bien caliente.

Al rato de estar allı́, mientras rebañaba la crema de leche de un café irlandés, de los mejores de Madrid, por cierto, apareciste en escena. La luz tenue de las lámparas de pie, te suavizaba los rasgos. La música de fondo, casi imperceptible, aterciopelaba tus erres rotundas.

-  ¿Otro? – me preguntó Mercedes señalando mi copa vacı́a.

Yo asentı́ con la cabeza sin poder despegar mis oı́dos de tus palabras. Tú te diste cuenta, me leı́ste la mirada de pánfila, la que se me pone cuando algo me gusta demasiado. Y entonces el cuento fue solo para mı́, o eso pensé yo.

Volvı́ al bar una semana tras otra, hasta la primavera, hasta tu última actuación, cuando te acercaste a mi mesa y con la seguridad de quien no va a recibir un no por respuesta, me propusiste que me fuera contigo a recorrer mundo, mientras me estampabas un beso en los labios como un sello de franqueo internacional.

-  Serán unos meses, luego volveremos y podrás seguir con tus estudios – me dijiste a sabiendas de que mentı́as.

Y yo, una vez más en mi vida, volvı́ a decir que sı́. Que me iba contigo al último rincón de la tierra si hacı́a falta, que no me perdı́a esta aventura por nada en el mundo y que a la vuelta ya se verı́a.

Con mi sı́ por delante te agarré de la mano, todavı́a no la he soltado, aún ando colgada de tus palabras. De eso hace ya siete años que vivo aferrada a tus sonidos, a tus erres rotundas y sobre todo al eco de mi propio sı́, que me retumba en la cabeza cada noche cuando el cansancio está a punto de derrotarme. Y entonces, me pregunto cuál será el sabor del no, qué color tendrán sus dos letras, qué poder oculto tiene su sonido, ese que yo todavı́a no he podido pronunciar.




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