Bondad y límites: la clave para evitar el autoabandono
- carmen fernandez de cordoba
- 8 jun
- 2 Min. de lectura

Desde siempre, la bondad ha sido celebrada como una de las mayores virtudes humanas.
Su capacidad para sanar heridas, calmar tensiones y crear conexiones profundas es innegable. Sin embargo, cuando la amabilidad se entrega sin discernimiento ni fronteras, puede perder su esencia transformadora y convertirse en una fuente de desgaste.
A menudo, quienes son profundamente empáticos y comprensivos creen que, con suficiente paciencia y generosidad, lograrán despertar la mejor versión de quienes les rodean. Pero la realidad es que no todas las personas interpretan la bondad de la misma manera. Para algunos, es un gesto de respeto y solidaridad; para otros, puede ser vista como una invitación a cruzar líneas o a aprovecharse.
Cuando la amabilidad no va acompañada de autoestima y límites claros, corre el riesgo de transformarse en una entrega excesiva que no siempre es correspondida.
En relaciones de pareja, familia, trabajo o amistad, esta dinámica puede llevar a una espiral difícil: cuanta más comprensión se ofrece, más exigencias surgen, y cuanto más se perdona sin pedir responsabilidad, más se normalizan los comportamientos abusivos. El resultado es un agotamiento emocional, confusión y, paradójicamente, sentimientos de culpa por no haber sido “lo suficientemente buenos”. Es importante entender que la bondad no debe ser sinónimo de sumisión ni de autoabandono.
Los límites personales no son barreras que separan, sino contornos que protegen y fortalecen la calidad de nuestras relaciones. Saber decir “no” es una muestra de respeto hacia uno mismo y hacia los demás. La verdadera fortaleza no está en endurecerse, sino en mantener la amabilidad desde un lugar firme y seguro, donde el propio bienestar no dependa de la actitud de los demás.
No se trata de dejar de ser compasivo, sino de aprender a priorizar el propio respeto sobre la necesidad de aprobación. Cuando se cultiva la autoestima, es más fácil poner límites sin culpa, hablar con claridad y alejarse de quienes no valoran lo que se ofrece. Así, la bondad se convierte en una elección consciente, no en una obligación agotadora.
Muchas personas han crecido creyendo que el amor y la aceptación se ganan a través del sacrificio o el silencio. Pero la madurez no consiste en aguantar todo, sino en saber cuidarse y elegir relaciones donde la entrega sea mutua. Ser amable no implica permanecer en situaciones donde no se es valorado; al contrario, la verdadera paz interior surge de vivir en coherencia con la propia dignidad.
Este es un llamado a la autenticidad: a ser amable, sí, pero también firme, claros e íntegros. No es necesario endurecerse, sino aprender a quererse lo suficiente como para dejar de ceder y empezar a cuidar de uno mismo. Así, la bondad se convierte en un acto de libertad, un camino hacia relaciones más sanas y una vida más plena.
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