top of page

EL APARTAMENTO

Fue al apartamento en busca de recuerdos. La separación la habı́a dejado como una recién nacida a solas con su presente. Cuando entró en el portal vio que sus nombres ya no estaban en el casillero. Alguien los habı́a quitado. Y sintió un pellizco en el corazón. Pensó que seguramente Ricardo se habı́a acercado por allı́ antes que ella. A él le urgı́a vender la casa una vez firmado el divorcio.

 

Cecilia subió andando las escaleras, muy despacio, como lo habı́a hecho siempre mientras vivieron allı́. Le apaciguaba el alma ese ascenso de caracol antes de entrar en casa. Como si en cada peldaño fuera dejando atrás las sobras del dı́a: los gestos inoportunos, los atascos, o la lluvia que la habı́a pillado sin paraguas. Aunque no resultó ası́, ella siempre habı́a confiado en que su pequeño Everest cotidiano bastaba para mantener a salvo su relación.

 

Abrió la puerta. La casa estaba vacı́a, tanto que parecı́a un descampado. Como si un huracán hubiera borrado todo rastro de su paso por allı́. Nadie dirı́a que habı́an convivido diez años. En las paredes donde un dı́a estuvieron los cuadros, las huellas que deja el humo del tabaco parecı́an fantasmas colgados de una escarpia. Se sentó en el banquito del mirador con la espalda apoyada en la ventana. Buscando que el frı́o del cristal la despertara del sopor en el que su corazón se hallaba instalado. Notó un remusgo extraño en sus pies. Y pensó que era el mismo que habı́a sentido la primera vez que pisó ese suelo. Se descalzó. Cerró los ojos y apretó los párpados en un intento de traer a ese presente continuo en el que ahora vivı́a el recuerdo de la primera vez que estuvo allı́. Habı́a ido sola, porque a Ricardo le aburrı́an esas cosas. Nada más entrar habı́a sentido que sus plantas se le anclaban al suelo, como si esa tarima hubiera escuchado siempre el crujir de sus pasos. Un hormigueo habı́a trepado por sus piernas y se le habı́a asentado en las caderas, como una presencia que se le hubiera colado en la sangre para decirle que, por fin, habı́a encontrado el sitio donde anidar. Ya no tendrı́a que seguir buscando.

 

En el vestidor, Los armarios vacı́os se le echaron encima como mordiscos en un alma con forma de queso Gruyere. Allı́ habı́a guardado siempre su ropa ası́ que metió la cabeza en busca de olores. Su perfume todavı́a estaba allı́. Entonces recordó aquella blusa de seda que le besaba el primer botón del vaquero y volvió a sentir las

manos de Ricardo por detrás aferrándose a su cintura. Y el cuerpo se le estremeció en un latigazo. Corrió de habitación en habitación buscando otros resquicios de la mujer que habı́a sido. El verde seco de los muebles de la cocina, los azulejos de los baños, hasta los tiradores de las puertas llevaban su nombre. Al fijarse en el color de las paredes pensó que lo volverı́a a elegir. Y sin saber por qué, se sintió a salvo. Intentó recordar en qué momento habı́a escogido los colibrı́es del papel pintado que decoraba el pasillo de mitad hacia abajo y vio su dedo ı́ndice señalándolo entre los cientos de modelos del muestrario. Entonces pensó que, quizá habı́a sucedido lo mismo con el sofá y con la mesa de comedor y con el cabecero de la cama. Quizá todo lo que un dı́a creyó compartir en realidad habı́a sido solo suyo, le pertenecı́a solo a ella, quizá su ser habı́a inundado el espacio común con sus cosas, con sus detalles, con su respiración. Y Ricardo, simplemente se habı́a limitado a decir a todo que sı́.

Entró en el dormitorio. Del techo pendı́a un cable escuálido con la tulipa desvencijada como una bailarina olvidada en mitad del escenario. Se colocó debajo de ella. La luz cenital borraba las sombras. Cuatro muescas en la madera del suelo marcaban el cuadrado donde habı́a estado la cama. Cecilia intentó revivirse en el lecho compartido. Vió el cuerpo de él pegado al suyo rodando a un lado y a otro, su melena rozándole el hombro al quedarse dormida. Sı́, habı́a sido feliz al lado de Ricardo aunque no supiera quien era. Cuando salió a la terraza, los rodales de humedad de las macetas le recordaron que también le gustaban las flores.
















39 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Juegos

Mario.1. - Ya estamos otra vez en el espejo. Mario.2. - ¿Te molesta? M.1.  - En absoluto, tus deseos... ya sabes... M.2. ...

La Foto.

Abrió el cajón de la nostalgia, como cada vez que la echaba de menos. Revolvió en él hasta que encontró su foto, la única que tenía. Con...

Comentarios


Post: Blog2_Post
bottom of page